¿Qué es la fatiga crónica?

El Síndrome de Fatiga Crónica o SFC, también denominado encefalomielitis miálgica o síndrome de fatiga crónica idiopática, es una enfermedad grave que se caracteriza por causar fatiga intensa, incapacitante y duradera -de seis o más meses de evolución-. Su origen es desconocido, ya que el cansancio no es consecuencia de un esfuerzo excesivo ni tiene una causa física o psicológica clara, aunque a veces los síntomas se inician tras una infección viral o bacteriana, depresiones o periodos de estrés mental.

Este tipo de fatiga debe diferenciarse de otros tipos de fatiga, como la fisiológica, la reactiva o la secundaria:

  • Fatiga fisiológica: es la que acontece tras un esfuerzo físico o mental y que desaparece tras un periodo de reposo.
  • Fatiga reactiva: la que aparece ante un desencadenante (por ejemplo, falta de sueño) y que mejora si el desencadenante desaparece.
  • Fatiga crónica secundaria: la que dura más de 6 meses pero tiene una causa identificable, como por ejemplo, una anemia, hipotiroidismo o cáncer.
  • Fatiga crónica idiopática: la duración es de más de 6 meses y sin causa evidenciable.

Además de fatiga grave que no se alivia descansando y que empeora con el reposo prolongado, esta enfermedad puede presentar síntomas como dolor y debilidad muscular, intolerancia al ejercicio físico, dificultad para dormir, mareos y disfunciones neurocognitivas como problemas de concentración, alteraciones de la memoria y dificultades para integrar nuevas informaciones. A veces, tras un esfuerzo, se produce un malestar que dura más de veinticuatro horas.

Todo ello puede limitar gravemente la funcionalidad física e intelectual de la persona con síndrome de fatiga crónica y reducir considerablemente su nivel de actividad en el día a día. No obstante, en algunos casos, el paciente es capaz de llevar una vida relativamente activa.

Hay que destacar que el Síndrome de Fatiga Crónica (SFC) no es una enfermedad convencional y aún no está bien reconocida o aceptada en algunos círculos médicos. Esto ocasiona que el paciente tenga que realizar un periplo por diversos especialistas hasta lograr su correcto diagnóstico. Como consecuencia, el malestar emocional del paciente aumenta, ya que puede llegar a sentirse cuestionado por su enfermedad o los síntomas que le provoca.

Aunque no existe un tratamiento con eficacia demostrada para curar este trastorno, la terapia cognitivo-conductual, el ejercicio físico progresivo y el uso de fármacos puede contribuir al alivio de los síntomas.


¿A quién afecta?

El síndrome de fatiga crónica es una enfermedad más habitual entre mujeres de 20 a 40 años que en hombres (en una relación 3:1), aunque pueden sufrirlo personas de ambos y sexos y de cualquier edad, incluidos niños.

En España, se desconoce la prevalencia real del síndrome de fatiga crónica, pero, según datos publicados por la revista Medicina Integral, diversos estudios epidemiológicos indican una prevalencia que oscila entre el 1% y el 10% por mil adultos en la población general.


¿Qué puede causar el síndrome de fatiga crónica?

En la actualidad, la causa del síndrome de fatiga crónica sigue siendo desconocida y también se ignora si lo provoca una o varias de ellas. Para algunos investigadores, podrían estar implicados los siguientes factores:

  • Infecciones de distintos gérmenes: podrían estar relacionadas infecciones por virus de Epstein-Barr, citomegalovirus, el virus del herpes, el de la hepatitis B, C, el de la poliomielitis y el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), aunque otros tipos de gérmenes como ciertas bacterias también pueden ser responsables. En cualquier caso, todavía no se ha hallado ninguna relación concluyente entre la infección por estos microorganismos y el síndrome de fatiga crónica.
  • Alteraciones del sistema inmunitario: podría estar relacionada con el síndrome de fatiga crónica una desregulación del sistema inmune, aunque no se conocen anomalías específicas de este síndrome. Tampoco existen pruebas de que esté causado por alergias, aunque estas son frecuentes en las personas con este trastorno.
  • Desequilibrios hormonales: las personas que padecen síndrome de fatiga crónica muestran, en ocasiones, niveles anormales en sangre de diversas hormonas producidas en el hipotálamo, la hipófisis o las glándulas suprarrenales.
  • Factores genéticos y medioambientales: parece ser que el síndrome de fatiga crónica es más frecuente en algunas familias y que puede existir una predisposición al trastorno, que luego desencadenará una combinación de factores. Periodos de estrés: también podrían estar relacionados con la aparición de esta enfermedad.
  • Trastornos de la salud mental: existe la hipótesis de que la fatiga crónica puede estar asociada a enfermedades psiquiátricas primarias como la depresión bipolar y la depresión mayor con síntomas psicóticos. Sin embargo, para otros expertos, está demostrado que este trastorno no está originado por causas de índole mental.

También podrían actuar como factores desencadenantes del síndrome de fatiga crónica una vacuna, una cirugía, una transfusión, lesiones o traumas físicos o emocionales, la exposición a agentes químicos o el posparto.


¿Qué síntomas tiene este síndrome?

En la actualidad, se acepta que un paciente presenta SFC cuando cumple una serie de criterios ampliamente aceptados por la comunidad médica internacional (denominados criterios de Fukuda). Como hemos dicho, el síntoma más significativo de este síndrome es fatiga intensa de al menos seis meses de duración (ya sea de forma persistente o intermitente). Además, el paciente debe presentar al menos cuatro de los siguientes criterios:

  • Trastornos de concentración o de memoria reciente.
  • Dificultad y/o dolor en la deglución de alimentos.
  • Adenopatías (ganglios inflamados) en cuello o axilas.
  • Dolor muscular (mialgia).
  • Dolor en articulaciones sin inflamación (poliartralgias).
  • Dolor de cabeza frecuente.
  • Sueño no reparador.
  • Malestar tras esfuerzos superior a 24 horas.

Así pues, un paciente con síndrome de fatiga crónica puede verse dificultado o limitado en su capacidad de llevar a cabo actividades cotidianas que antes eran habituales. Este cansancio no se alivia con el reposo, está presente desde el momento de despertarse por la mañana, persiste durante toda la jornada y suele empeorar con el esfuerzo físico o mental -lo que se conoce como malestar postesfuerzo-.

La persona afectada por SFC puede presentar dolores articulares -sin que haya inflamación ni enrojecimiento-, musculares y abdominales, de garganta y/o de cabeza, problemas digestivos como el síndrome del colon irritable y hormigueo en las manos, dificultad para concentrarse, pérdida de memoria y dificultad para dormir. También puede haber sensibilidad en los ganglios linfáticos, fiebre inferior a 37,5º y alergias o sensibilidad a alimentos, olores o sustancias químicas.

Por otra parte, la amplitud y variedad de los síntomas, su cronicidad y la imposibilidad de identificar la causa llevan a que sea difícil gestionar psicológicamente el síndrome de fatiga crónica. A menudo, existen sentimientos de ira y frustración y la depresión es común entre quienes lo padecen, sobre todo, cuando empeoran los síntomas. Esto se agrava, como hemos comentado, por el desgaste que supone para el paciente dar con un diagnóstico certero.


¿Cómo se trata el síndrome de fatiga crónica?

Por el momento, no existe ningún tratamiento cuya eficacia para curar el síndrome de fatiga crónica haya sido demostrada, pero sí pueden aplicarse algunas opciones enfocadas a reducir la fatiga y el dolor y a aumentar los niveles de actividad de la persona en su día a día:

  • Terapia cognitivo-conductual: estas sesiones de psicoterapia se recomiendan únicamente para tratar que los pacientes redirijan sus pensamientos desalentadores asociados a una enfermedad crónica.
Los pacientes de este trastorno pueden ver limitadas sus actividades del día a día.
  • Ejercicio físico progresivo: recientes revisiones de algunas guías (NICE) para pacientes de esta dolencia concluyen que los programas de actividad física deben considerarse solo en circunstancias específicas y para algunos pacientes. En todo caso, podría valorarse, y siempre bajo estricta supervisión médica y de un especialista en fisioterapia, la introducción de ejercicios aeróbicos en función de la tolerancia del paciente.
  • Tratamiento farmacológico: se tratan los síntomas específicos como el dolor, la depresión y la falta de sueño con medicamentos como antiinflamatorios no esteroides, gluco o mineralocorticoides, antidepresivos y ansiolíticos. Los antibióticos, antivirales, preparados iónicos, vitamínicos y energéticos no han demostrado ser eficaces.

Cómo convivir con el síndrome de fatiga crónica:

Las siguientes recomendaciones pueden contribuir a mitigar los síntomas y aumentar la calidad de vida de las personas con este trastorno:

  • 1.Dosifica tus esfuerzos en el día a día.
    Lleva un patrón de vida ordenado y reorganiza tus actividades cotidianas para no realizar sobreesfuerzos y también evitar el descanso excesivo.
  • 2. Aliméntate de una manera equilibrada.
    Es decir, procura seguir una dieta variada y que te aporte todos los nutrientes y líquidos necesarios para el buen funcionamiento de tu organismo.
  • 3. Cuida tus hábitos de sueño.
    Establece un horario regular para irte a dormir y levantarte y evita las siestas de más de veinte minutos. Cena de manera ligera y, en las horas previas a acostarte, mejor que evites el café, los cítricos, el tabaco, el alcohol y el ejercicio intenso.
  • 4. Controla tu nivel de estrés.
    Dentro de lo posible, evita cualquier factor físico o emocional que pueda aumentar tu tensión muscular y ansiedad. Puede resultar muy útil anotar qué vivencias empeoran los síntomas, así como aprender técnicas de relajación y respiración.
  • 5. Realiza ejercicio físico únicamente si te lo recomienda tu médico y siempre adaptado a tus necesidades.
    Recientes revisiones de algunas guías (NICE) para pacientes concluyen que los programas de actividad física deben considerarse solo en circunstancias específicas siempre bajo estricta supervisión médica y de un especialista en fisioterapia. Por tanto, según cada paciente, podría valorarse la práctica de ciertas actividades aeróbicas de baja intensidad como pasear o montar en bicicleta en llano.
  • 6. En caso de disfunciones neurocognitivas, evita el sobreesfuerzo mental.
    En tu tiempo de ocio, elige actividades sencillas como ver la televisión, escuchar música, realizar manualidades o puzles de piezas grandes y ve aumentando poco a poco la complejidad de las tareas. Si te gusta leer, opta por libros con letras grandes y espaciado amplio entre líneas.
  • 7. Considera la opción de participar en grupos de apoyo.
    Conocer a otras personas con síndrome de fatiga crónica puede ayudarte a sentirte comprendido y gestionar mejor tu enfermedad.

Productos light, ¿verdad o mentira?

El consumo de productos light se ha incrementado en los últimos años y esta tendencia parece no tener freno, debido a la mayor preocupación que los consumidores mostramos por nuestra salud y apariencia física.
 

 

En la actualidad, los alimentos light siguen presentes de manera destacada en el mercado, y cada vez son más numerosos y variados. La creciente preocupación por seguir una dieta equilibrada y el excesivo culto a la delgadez son algunas de las razones que explican el creciente consumo de este tipo de alimentos. Su adquisición no tiene lugar sólo durante la temporada estival (época de mayor preocupación por el aspecto físico) y muchos de ellos forman parte de la dieta habitual de un buen número de familias. Por ello, es de gran importancia que el consumidor sepa interpretar la información que le aporta el etiquetado nutricional, ya que existe una gran variedad de productos bajos en calorías y algunos de ellos en realidad no son tan ligeros como intentan parecer.

¿Qué es un producto light?

Un producto light es aquél cuyo aporte energético -la energía se mide en calorías y en julios- es al menos un 30% más bajo que el de su alimento de referencia, es decir, el mismo alimento pero en su versión natural. La reducción energética se consigue disminuyendo la cantidad o sustituyendo los azúcares o las grasas por otros componentes menos calóricos.

¿Son realmente útiles o necesarios?

En personas que se encuentran en buenas condiciones de salud no está justificado recurrir a este tipo de productos, si bien se consideran adecuados para quienes deben limitar el aporte energético de su alimentación o la cantidad de grasas y/o azúcares, debido a que sufren algún trastorno o enfermedad.

Aclarando conceptos importantes

Los productos light no son adelgazantes

El hecho de que aparezca en los envases la palabra light, «sin azúcar añadido», «bajo en grasas» o similares, no significa que sean adelgazantes. Es verdad que su aporte calórico es inferior respecto a los alimentos a los que imitan, pero algunos de ellos contienen grasas y azúcares en cantidades significativas. Tal es el caso de la mayonesa, los quesitos o el paté, alimentos ricos en grasa por naturaleza, aun tratándose de sus versiones ligeras. Esto se traduce en que el consumidor que hace uso de estos productos debe moderar de igual modo la cantidad o ración. De no ser así, sus efectos resultan contrarios a lo que se busca, produciendo incluso aumentos de peso. Para tener una idea más clara, una cucharada sopera (15 gramos) de mayonesa convencional contiene unas 100 calorías y unos 10 gramos de grasa, mientras que la versión light aporta en torno a 50 calorías y 5 gramos de grasa. Por tanto, si la persona cae en el error de que por ser un producto light puede tomar el doble o mayor cantidad, al final estará consumiendo las mismas calorías y gramos de grasa que si se tratara de la mayonesa convencional.

Su empleo indiscriminado puede alterar la salud

Si se abusa de ellos aumenta el riesgo de desequilibrios nutricionales. Las grasas y los azúcares son nutrientes necesarios para el buen funcionamiento del organismo, consumidos sin exceso ni defecto. Si se sustituye muchos de los alimentos convencionales por sus versiones light, puede haber riesgo de carencia de nutrientes esenciales; es decir, aquellos que el organismo no puede producir por sí solo, más aún si el conjunto de la dieta no está correctamente diseñada. La grasa es vehículo de ácidos grasos esenciales (linoleico y linolénico) y de vitaminas liposolubles o solubles en grasa (A, D, E, K), que cumplen funciones de gran importancia. Por otro lado, si se consume poca cantidad de hidratos de carbono, el normal funcionamiento del organismo también puede verse alterado. Esto último sucede si se suprimen o limitan al máximo alimentos ricos en hidratos de carbono como cereales y sus derivados (pasta, pan, pastelería, etc.), patatas, legumbres, verduras y frutas, dulces. Y la situación se agrava si a ello se suma el empleo de productos «sin azúcar». Si no se consume la cantidad adecuada de hidratos de carbono -nuestro principal combustible energético- se produce un «autoconsumo» de las propias reservas corporales de efectos perjudiciales para la salud.

Imprescindible leer las etiquetas

Antes de introducir un producto light en la dieta hay que leer los datos que indica su etiqueta, en especial en lo referente al etiquetado nutricional y la lista de ingredientes, que por ley se presentan en orden decreciente a su peso; es decir, el de más peso es el que primero aparece, incluidos los aditivos.

Conviene comparar la lista de ingredientes del producto light con la del alimento tradicional de referencia, así como la composición energética y nutricional de ambos, no sólo por cada 100 gramos, sino también teniendo en cuenta la porción o ración de consumo, puesto que puede haber más de una sorpresa. Por ejemplo: si se compara la composición de dos tipos de galletas, ligeras y normales, por 100 gramos, la diferencia en calorías puede ser notable, pero ya no lo es tanto si se toma como referencia la ración de cuatro unidades. La comparación de las características de los productos light y sus equivalentes tradicionales permite establecer si en verdad son adecuados o no a las necesidades de la persona, conocer la composición de lo que se está comiendo, así como la relación entre calidad y precio.

Comer light sin productos light

En general, las personas buscan comer alimentos de similares características a los tradicionales, pero de menor aporte energético. Desde el punto de vista dietético y nutricional resulta adecuado que el consumidor desee alimentos menos grasientos y con menos azúcares, si bien cabe tener en cuenta que para ello no es indispensable recurrir a los productos light. Comiendo menos de ‘ciertas cosas’ y cocinando los alimentos de la manera adecuada, se consigue reducir las grasas y los azúcares sin necesidad de optar por los productos light, que por lo general son más caros y no resultan tan apetecibles como los alimentos a los que pretenden imitar.

Variedades de productos light

Productos con menos grasa Son útiles para diversificar la alimentación de quienes tienen que controlar la cantidad de grasas de su dieta, como en caso de hipercolesterolemia, hipertrigliceridemia, ciertos trastornos hepáticos o de la vesícula biliar, problemas pancreáticos y de exceso de peso. Los de mayor empleo son: salsa fina tipo mayonesa ligera, margarina y mantequilla light, quesos y jamón cocido bajos en grasa, leche y yogures desnatados, etc.

Productos con menos azúcar o sin azúcar Son útiles para quienes han de controlar el consumo de azúcares, como es el caso de la diabetes, de la hipertrigliceridemia, del sobrepeso y de la obesidad. Hay que destacar que no todos los productos en los que se incluye el mensaje «sin azúcar», «sin azúcar añadido», «con fructosa», «apto para diabéticos» son light o bajos en calorías. Son bajos en calorías si emplean edulcorantes no calóricos, mientras que si incorporan fructosa (azúcar presente en frutas, hortalizas y miel) en lugar de sacarosa o azúcar común, pueden aportar la misma energía o incluso algo más que los alimentos convencionales, en función del resto de sus componentes, por lo que no sería adecuado para quienes tienen exceso de peso.

Aconsejar a la población el consumo de alimentos Light es una mala praxis si la hace un médico, y debería ser un delito si lo hace un comerciante. La mayoría de alimentos Light no solo no son necesarios para bajara de peso sino que hacen comer porciones mas agrandes debido a que se subestima las calorías y por que además el cuerpo pierde la capacidad de reconocer el real contenido calórico de un alimento, perdiendo una regulación automática. Aconsejamos no emplear alimentos Light en la rutina diaria; y solo emplear los tres alimentos verdaderamente light (mayonesa Light, la gaseosa Light y los lácteos descremados), durante un programa de descenso de peso controlado por un médico.

La importancia de la vitamina D para toda la familia

También conocida como calciferol, la vitamina D es una de las vitaminas más importantes, cuya función principal es regular la absorción de calcio y evitar la descalcificación de los huesos. Sin embargo, esta vitamina también es fundamental para otros aspectos de nuestra salud ¿No lo sabías? ¡Te lo contamos aquí!

¿Qué es la vitamina D?

La vitamina D es una vitamina liposoluble imprescindible para nuestro organismo porque:

  1. Contribuye al fortalecimiento y el buen funcionamiento de los músculos.
  2. Favorece al buen funcionamiento del sistema inmunitario.
  3. Ayuda a reducir el riesgo de caídas asociadas a la inestabilidad postural y debilidad muscular.
  4. Facilita la absorción y utilización del calcio y del fósforo, favoreciendo el mantenimiento de huesos
    y dientes.

¿Cómo obtener vitamina D?

La vitamina D se sintetiza en la piel gracias a la exposición a la luz solar (90%) y también a través de los alimentos la contienen de manera natural (pescados grasos: atún, salmón y caballa) o que han sido suplementados con ella (huevos, mantequilla, margarina, etc.), aunque en menor proporción (10%).

 

Déficit de vitamina D

En los últimos años, la deficiencia de vitamina D entre la población general y más sensiblemente en la edad pediátrica está aumentando. La falta de exposición solar, el uso filtros UV en los protectores solares y en ocasiones una ingesta inadecuada, son algunas de las causas. Hay dos periodos de la vida que se consideran críticos en la obtención del pico de masa ósea (máxima mineralización del hueso) en los que es especialmente importante tener un adecuado aporte de vitamina D: la etapa infantil (0-3 años) y la adolescencia.

La deficiencia de la vitamina D está asociada con un amplio número de trastornos, por ejemplo, musculoesqueléticos (osteoporosis, caídas, fracturas), trastornos autoinmunesdiabetes mellitus tipo 2, trastornos cardiovasculares, neurológicos y psiquiátricos, o el cáncer, entre otros.

¿Qué es el acné de la pubertad y la edad adulta?

 

Independientemente de la edad, el acné se produce cuando los poros se obstruyen con células muertas de la piel y exceso de sebo, lo que atrapa las bacterias en su interior. Este ambiente permite que las bacterias se multipliquen rápidamente, lo que produce el enrojecimiento y la inflamación que asociamos con el acné.2 Se cree que las fluctuaciones hormonales también desempeñan un papel importante. Esta es la razón por la que los adolescentes pueden experimentar acné por primera vez al inicio de la pubertad3 y muchas mujeres tienen imperfecciones en determinados momentos de su ciclo mensual4.

Es poco probable que el acné mejore por sí solo, por lo que es importante abordar sus causas subyacentes con los productos adecuados para el cuidado de la piel. Además de ayudar a restaurar una tez clara, un tratamiento eficaz puede mejorar la autoestima y ayudar a prevenir las marcas posteriores al acné, en adolescentes o adultos.

Esenciales del cuidado de la piel antiacné

No hay diferencia entre el tratamiento del acné para adolescentes y el recomendado para adultos. Una rutina de cuidado de la piel eficaz presenta varios componentes esenciales. Como el exceso de sebo y los poros obstruidos son una causa subyacente del acné a cualquier edad, un limpiador suave que elimine la suciedad y la grasa sin eliminar la hidratación natural de la piel es muy beneficioso. La limpieza facial es un paso muy importante y cuando los productos incluyen ingredientes antiacné, como el peróxido de benzoilo también pueden ayudar a eliminar las imperfecciones y a prevenir nuevos brotes.6 Otros ingredientes, como el ácido hialurónico hidratante y la niacinamida calmante, también pueden ayudar a que la piel propensa al acné adolescente o adulto se sienta más cómoda.

 

Además de una limpieza adecuada, la piel propensa al acné también puede beneficiarse de hidratación adicional, especialmente si se están utilizando tratamientos puedan provocar sequedad. Una hidratante no comedogénica (que no obstruya los poros) puede ayudar a hidratar la piel seca. Recuerda, la piel produce naturalmente más sebo como respuesta a la sequedad. Esto puede provocar la obstrucción de los poros y más brotes7, lo que se convierte en un «ciclo de acné». Por la mañana, asegúrate de utilizar una hidratante con SPF de al menos 30, para proteger la piel de los rayos UV.

Una rutina de cuidado de la piel antiacné para adultos o adolescentes puede ser eficaz por sí sola o como complemento de otros tratamientos recomendados por dermatólogos. Si la rutina en casa no produce una mejoría en un mes o dos, es mejor acudir a un dermatólogo que pueda recomendarte nuevas formas de mantener el acné bajo control.

Las imperfecciones del acné pueden dejar marcas y un tono de piel desigual. Un sérum exfoliante suave pero efectivo puede ayudar a afinar la textura de la piel. Un producto con retinol puede promover la renovación de las células de la piel para ayudar a reducir la apariencia de las marcas de acné y suavizar la textura de la piel9.

 

Tratamientos antiacné para adolescentes

Ninguna rutina de cuidado de la piel funcionará si no se mantiene en el tiempo, especialmente si hablamos del acné en adolescentes. La clave para conseguir una piel sin imperfecciones es seguir una rutina específica, pero esto puede resultar complicado si no vemos resultados inmediatamente. La mejora puede tardar en notarse de seis a ocho semanas10, pero es importante seguir usando productos contra el acné para lograr resultados. Una rutina simple pero efectiva puede facilitar que los adolescentes se comprometan con su uso diario11. Un limpiador con peróxido de benzoilo para ayudar a reducir el acné y una crema no comedogénica pueden ayudar a mantener la tez hidratada con ingredientes beneficiosos, como las ceramidas, que reparan la barrera natural de la piel.

Tratamientos antiacné para adultos

Las causas del acné en adultos son generalmente las mismas que provocan los brotes en la adolescencia, aunque la menopausia, el estrés y los efectos secundarios de otros medicamentos también pueden influir en su aparición12. El acné en adultos también puede suponer un desafío adicional, ya que la piel tiende a secarse con la edad y el uso de tratamientos tópicos puede provocar aún más irritación13. Por esta razón, la crema hidratante es un paso esencial en cualquier rutina de cuidado de la piel, especialmente en las que tratan el acné adulto. Además de las imperfecciones provocadas por el acné, con la edad los problemas relacionados con la piel aumentan. Un sérum exfoliante con retinol puede ayudar de manera suave pero efectiva a reducir la apariencia de los poros, promover un tono de piel más uniforme, refinar la piel para mejorar su textura y mejorar la apariencia de las marcas de acné. La piel con acné también se ha asociado con niveles más bajos de ceramidas, que desempeñan un papel clave en la barrera protectora de la piel14, por lo que los productos para el cuidado de la piel formulados con estos lípidos también pueden resultar adecuados.